La migración indomable y la fotografía un antídoto

La expo-fotográfica “Mírame a los ojos” surge contra los prejuicios hacia los migrantes

Fairlee, Vermont.- En la página web del fotógrafo mexicano Jorge Carlos Álvarez Díaz, él habla de la migración como una fuerza incontrolable, con un impulso natural de movimiento constante, evolutivo y al respecto enfatiza:

“Los pueblos prehispánicos migraron y se mezclaron, formando el “Mestizaje” término que implica diversidad. Cuando se habla de la conquista española, es decir europeos migrando a otras tierras, finalmente se fusionaron y enriquecieron nuestro mestizaje. Somos la mezcla migrante de guerreros conquistadores y mujeres indígenas que dieron a luz a “la raza cósmica”, como la bautizaría José Vasconcelos. Universópolis, la ideología de una aglomeración de todas las razas del mundo sin distinción alguna para construir una nueva civilización”.

Fotos de la exhibición «Look at me in the eyes» por Jorge Carlos Álvarez. La exposición completa en jorgecarlos.com

En su exposición fotográfica “¡Mírame a los ojos! Cara a cara con la gente del otro lado del muro”, Álvarez presenta un compendio de retratos de mexicanos y centroamericanos que recorren las calles y la vida cotidiana, captados por la mirada absorta del fotógrafo, de forma espontánea, sin ningún recurso. Esta obra exhibida el año pasado en la Universidad de Dartmouth pretendió un acercamiento con la comunidad para desvelar todo lo que oscurece el juicio hacia estos rostros. Un auténtico canal para abrir ventanas artísticas de empatía, una invitación a permanecer en la mirada de estos pasajeros al otro lado del muro para adentrarse en su humanidad.

“Mírame a los ojos” se abrió como una propuesta de conciliación por medio de la fotografía, como un antídoto hacia el miedo y el prejuicio ante el fenómeno migratorio.

El mural “Épica de la Civilización Americana” en la Universidad de Dartmouth, inicia con el panel llamado “Migración”. Éste muestra a un grupo de personajes indígenas en tonos ocres y azul en movimiento, migrando al continente americano. Corpulentos, con rostros endurecidos y gestos oscos caminan hacia adelante y se destacan también sus manos. Poderosas, las manos. Visiblemente tensas, en puños casi cerrados. Otro, con ellas en el piso, quizá rendido en las nuevas tierras, cansado o venerando el nuevo mundo. Manos dotadas de tenacidad y determinación, las manos del panel “Migración”, como las manos de los trabajadores migrantes de las granjas lecheras del Upper Valley son manos con voz propia, manos que hablan. En esta ocasión conversamos con Don Aurelio quien tiene doce años en los Estados Unidos, once trabajando y viviendo en la misma granja.

Detalle del mural de José Clemente Orozco en la biblioteca Baker de Dartmouth College. Foto por Jorge Carlos Álvarez.

Empecé entonces la entrevista con la misma pregunta.

-¿Qué significan para usted sus manos?

– Para mí son el empeño, la familia, la comunidad, el esfuerzo, el desempeño, la creatividad, la estabilidad, el apoyo. Mis manos son la dedicación, la herramienta para nosotros mismos, el trabajo.

Don Aurelio comenzó entonces relatar su historia personal, el viaje, la travesía, los desafíos, los miedos…

-Aquí en esta granja hemos tenido jornadas de trabajo de hasta ochenta horas semanales. Pero a eso vinimos a trabajar. Estados Unidos brinda esa oportunidad y posibilidad de progreso. El primer paso para mí fue comprar un terreno y construir una casita allá en México. Yo soy de Veracruz y me crucé por Chihuahua. Me tardé más de un mes, en mi grupo éramos nueve y una mujer. De día no se puede avanzar mucho, por las altas temperaturas, porque uno está más visible. Atravesar el desierto de Arizona, es lo más duro. Los escorpiones, los alacranes, los coyotes, las víboras de cascabel. Pasábamos tres días y tres noches caminando y siempre alerta de los helicópteros para escondernos en los matorrales donde encontrábamos a los animales, ese es el peligro. Se nos agotó el agua. Sólo teníamos ocho galones en total. El agua vale oro. Aquí entendí el valor del agua. El agua es oro. Cruzábamos con cachuchas y ropa de camuflaje. La mujer que venía en nuestro grupo se falseó el pie, así que la íbamos cargando, pero ella al final ya no cruzó.

-¿Qué es lo que más extraña usted?

-El sacrificio más grande es no estar con la familia, la presión con la que vivimos, el perder la libertad, vivimos siempre con miedo.

-¿Cómo ha cambiado su rutina ahora con el coronavirus?

-No mucho, yo llevo doce años entonces en cuarentena, once en esta granja. No siento gran diferencia pues desde que llegué he estado de cierta manera en cuarentena y con miedo. Tenemos trabajo, pero cuando salimos a comprar nuestra comida al súper mercado, tenemos miedo. Sabemos que somos migrantes y esa es nuestra verdad a donde sea que vayamos, esa verdad va con nosotros. Aquí en Vermont la gente por lo general es buena, pero también hay racistas. Yo no salgo a ningún lado. Mi rutina es de la casa a la granja. Trabajamos siempre. Y con el coronavirus o sin él, el miedo es parte de nuestra vida diaria. Antes no teníamos derechos a días de vacaciones. Ahora ya nos dan cinco al año. El americano tiene muchos privilegios, tiene el “over time” después de cuarenta horas de trabajo a la semana. Nosotros sólo descansamos un día a la semana y no nos pagan horas extras. Somos indocumentados. Eso nos acompaña a todos lados. El americano tiene derecho a quince días al año de vacaciones pagados. Nosotros no.

Para finalizar mi conversación con Don Aurelio le pregunté si creía en el sueño americano a lo que respondió:

-Sí, completamente, Estados Unidos brinda oportunidades de progreso, de mucho trabajo. Así podemos ayudar a la familia. El primer paso es comprar un terreno y construir una casa. Yo recuerdo cuando estaba chico y veía a la gente allá en mi pueblo que se había cruzado al otro lado y cuando regresaba tenían camionetas. El sueño siempre es regresar. No quedarse aquí.

Y así terminamos la charla con Don Aurelio. A él dedico esta columna y a sus manos que no se rinden, trabajan, trabajan, trabajan y dibujan el sueño del retorno a su lugar de origen.

 

María Clara De Greiff

Octubre 8, 2020.

“Manos que hablan”